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PASEO MEDITATIVO

paseo meditación

El caminar, como el respirar, es un gesto fundamental de la persona y de su relación con el mundo. De la misma manera que podemos ver si la respiración es plena o está bloqueada, podemos ver si el andar es fluido o crispado. De la misma forma que ejercicios de respiración pueden servir para calmar la mente, la marcha meditativa acompaña también de forma simple en la búsqueda de calma interior. Cuando se aprende a observar la marcha, se puede aprender mucho sobre sí mismo de forma sencilla.

Tanto en el zen como en las tradiciones monásticas occidentales la marcha meditativa ocupa una plaza importante. La verticalidad, interpretada como símbolo del contacto entre cielo y tierra, el ritmo del andar, el silencio y la lentitud, llevan al practicante a un estado de profunda tranquilidad mental que favorece la experiencia mística.

La técnica se basa en algunos principios clave:

- Permanecer en silencio. Este es un punto esencial, se debe mantener la concentración máxima en lo que se está realizando, en lo que se va sintiendo. El silencio permite entrar en una dimensión del sí mismo distinta de la habitual. Se tiene que callar y también se tiene que llegar a calmar la mente, que la cadencia de los pensamientos sea cada vez más lenta. Estar en silencio no quiere decir que se produzca un aislamiento del mundo externo, al contrario, debe permitir estar atentos a lo que se oye, al canto de un pájaro, al ruido de una moto, a la voz del vecino. Se debe dejar que los ruidos, los sonidos que vienen del exterior, o de nuestra mente, pasen, sin ofrecerles resistencia ni quedarse “enganchado en ellos”.

- Presencia al instante presente. Mientras se anda, cada pequeño gesto es particularmente importante y precioso. En una actitud ligera, abierta y distendida, nuestra atención debe estar puesta en cada sensación física, en cada movimiento. Del mismo modo, percibiremos nuestro entorno. Si hay un olor a tarta de manzana, sentiremos ese olor, si hace frío, sentiremos el frío. Debemos permanecer presentes a nosotros mismos y a nuestro contexto.

 - La postura debe ser erguida, la posición de la espalda distendida y desplegada hacia lo alto. Debemos sentir que la cabeza se dirige firmemente hacia el cielo. Para ello no se debe realizar un esfuerzo de estiramiento, más bien se debe soltar la zona lumbar y la cervical, lugares donde se suelen acumular gran parte de las crispaciones. Los hombros deben estar lo más sueltos posible, sin rigidez.

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